El Incidente Ghibli y la erosión del significado
Reflexiones sobre arte, IA y procesos creativos
1.
Sí, sí creo que las imágenes estilo Ghibli son estéticamente agradables. Y no, no creo que el arte humano posea una magia inherente que nunca podrá ser replicada por las máquinas. Porque, en todo caso, ¿cómo es esa magia observable? ¿Quién está seguro de que puede mirar una obra y discernir ese misterioso factor humano de manera inequívoca?
Ya en el 2023 se hacían estudios que mostraban que la gente no puede identificar con certeza qué obras son humanas y cuáles están hechas por una IA generativa. Peor: un estudio hecho por la Universidad de Pittsburgh en el 2024 encontró que lectores no expertos de poesía prefieren la poesía escrita por IA que la poesía humana.
Clamar que nuestro arte posee una chispa indiscutible que delata el amor, la dedicación y la vida que ponemos en él no me parece más que pensamiento mágico, wishful thinking, romanticismo... Cosas que no tienen nada de malas (yo misma soy una romántica empedernida), solo creo que no son un argumento efectivo para defender los intereses de la clase artística.
Mas, aunque no creo que el alma que uno vierte en sus obras sea incuestionablemente observable, sí banco muchísimo a Hayao Miyazaki, el fundador de Studio Ghibli, cuando dijo que [los algoritmos generativos] son un insulto a la vida misma.
Sé que se ha intentado argüir que su frase está descontextualizada, que él no condenó el uso de la IA en el arte y que solo reaccionó de esa manera porque le mostraron una animación exacerbadamente grotesca que le hizo pensar en su amigo discapacitado.
Pero, si vamos a hablar de contexto, analicemos el contexto completo. En el video, antes de su condena lapidaria, Miyazaki dice: “Quienquiera que está creando estas cosas no tiene idea de lo que es el dolor”.
Hay un documental de la NHK en el que se habla de la creación de la escena de “El viaje de Chihiro” en la que Chihiro le da una bola de medicina a Haku. Miyazaki les dice a los animadores que el dragón debe retorcerse de dolor como una anguila moribunda; que debe pelar los dientes como un perro al que le están forzando una pastilla adentro del hocico.
Como los animadores no tienen idea de cómo darle vida a algo tan específico, lo que hacen es visitar una clínica veterinaria local, se graban dándoles medicinas a los perros, estudian el movimiento y, a partir de ese estudio, crean la animación.
La implicación aquí es que todas las formas de arte que son en algún sentido figurativas implican una observación de la realidad. Replicar la vida implica mirarla con atención, abstraerla y recrearla a partir del modelo interno que creamos de ella. Replicar el dolor también implica observarlo; si no sentirlo de primera mano, por lo menos estudiarlo con la intención ferviente de comprenderlo.
Cuando Miyazaki dice “Quienquiera que está creando estas cosas no tiene idea de lo que es el dolor. [...] Son un insulto a la vida misma” realmente lo que dice es eso: la animación generada por algoritmos no es grotesca porque se mueva grotescamente, sino porque no hay detrás de ella un estudio y un intento de comprensión del dolor de un cuerpo humano. Y eso no es tratar de replicar la vida a través del arte; es insultarla.
Además, la cuestión es que esa observación, ese esfuerzo por comprender un aspecto de la existencia que no comprendes no es un acto pasivo. Observar la vida con la intención de recrearla te atraviesa, te cambia; cuando tú haces arte, el arte también te está haciendo a ti.
Eso es algo que sabe cualquier persona que ha perseguido una empresa artística seria. Hace pocos días el Husbando me decía que había pensado en un proyecto para pedir un FONCA de Pintura, pero que dudaba porque la propuesta atravesaba la cuestión de los feminicidios y las desaparecidas. Me dijo: “No sé si quiero pasarme un año de mi vida pensando en esos temas”.
Como artista, simplemente sabes que estar en contacto con el tema de tu obra te va a impactar; te puede joder la cabeza, incluso. O, en el más ideal de los casos, el proceso de la creación se convierte en un hechizo: creas el lenguaje necesario para exorcizar un tema que te duele.
Si la vasta mayoría de los artistas no apreciamos que aparezcan “herramientas” que nos “facilitan” el trabajo, es porque sabemos una cosa: el arte es transformativo porque sus procesos son transformativos. El arte es proceso. El proceso, a su vez, es vida: es la vida de la que está hecha la obra: nuestra vida.
2.
A estas alturas de mis procesos de creación, me atrevería a decir que el arte es una excavación en la realidad; es escarbar en el tejido confuso de la vida, enfocar una porción de ese tejido y rescatarlo; analizarlo, comprenderlo y transformarlo en claridad: en un producto estético que les permita a los otros ver lo que tú viste, comprender lo que tú comprendiste. El arte es sacar lo oculto a la luz; es hacer visible lo invisible. Y, en el proceso de hacer visible lo invisible, tú también te transformas. Conviertes la vida en arte y el arte en más vida.
En un universo caótico y tendiente a la entropía, el arte ordena, legibiliza, crea significado. El arte potencia el significado de la vida.
Si creo que las IA generativas son un neto negativo en el arte es porque le permiten al prompter eludir el proceso de confrontación y observación de la realidad: te permiten crear algo sin entenderlo. Eso erosiona el significado. Convierte la creación en un acto potencialmente antiartístico.
Ahora, ¿creo que todos los procesos en los que un humano hace una representación de la vida son arte y crean significado solo porque los hizo un humano? Para nada. A veces uno escribe o dibuja solo por pasar el rato y eso también es valioso, pero no es arte.
Por otro lado, ¿niego que exista un artista humano capaz de usar las IA generativas estrictamente como una herramienta en el proceso de escarbar, visibilizar los aspectos de la realidad que le interesan y aumentar el significado de la existencia? ¿Niego que el proceso de una persona que crea cosas a través de prompts pueda ser transformativo y artístico en sí mismo? No lo niego.
Tampoco niego una posiblidad aterradora: que las IA escarben ellas mismas en los aspectos de la realidad que les interesan y creen “arte” no en tanto herramientas, sino en tanto creadoras legítimas.
Sin ir más lejos, semanas antes del Ghibli Incident, Sam Altman tuiteó que OpenAI había creado un modelo con la habilidad de escribir ficción literaria. Completion, se llama el cuento que compartió como muestra.
Alguien podría argüir que el cuentillo (que, plagios a Nabokov aparte, no es malo) es una exploración del duelo desde la perspectiva única de un modelo de lenguaje. Es un modelo de lenguaje escribiendo sobre qué se siente ser un modelo de lenguaje; es un modelo de lenguaje estetizando a través de las palabras su realidad específica para que otros ojos la puedan ver. Bajo el concepto de arte que yo misma acabo de compartir hace unos párrafos, Completion quizás es arte.
Precisamente porque admito estas posibilidades; porque sé que el espectador común no puede distinguir arte humano de arte IA; porque sé que el valor que yo le adscribo al arte (el significado) es absolutamente invisible, por todo eso es que me dan miedo las nuevas tecnologías.
Sí, lo admito: me da miedo que estas “herramientas” sobrehumanas (o esos “creadores” sobrehumanos) que son los modelos generativos me desplacen de un medio en el que, si he podido ganarme un lugar minúsculo, ha sido solo a costa de trabajo y constantes sacrificios.
Me da miedo que el oficio al que le he invertido tantísimo amor y horas de mi vida se llene de grifters, de farsantes a los que les importa la superficialidad y la inmediatez del producto, pero que no valoran el proceso artístico como dador de significado.
Peor: me da más miedo aún que el arte (o una sustitución 90 % convincente de él) se vuelva tan abundante y tan fácil de producir que lo que hacemos los artistas humanos (que es, por naturaleza, lento, frágil y escaso) se deje de valorar por entero; que, en esa erosión del significado de los procesos artísticos, en esa deshumanización de la vida implicada en el proceso de crear, los creadores humanos nos volvamos redundantes.
En realidad, lo que he sentido desde el Incidente Ghibli es más que miedo: es angustia existencial.
Generalmente, me considero una persona bastante inmune al discurso en redes. Jamás había sentido que mi sobreconsumo de información en internet afectara mi salud mental. Y, sin embargo, la semana pasada me derrumbé. Hubo un día que me eché a llorar como cuatro veces.
Nunca en mi vida había visto tanto hate hacia la clase de personas a las que pertenezco: tanto hate que podía tomarme personal. Nunca antes me había visto tan bombardeada por el mensaje de: El tipo de persona que eres tú sobra. Le sobras al mundo. Tú sobras.
De por sí, tener una vocación artística es ya saber desde siempre que tú sobras: que no produces, no tienes un trabajo de verdad, la sociedad no te necesita. Pero encima leer por todas partes que los artistas se merecen ser reemplazados por ser arrogantes, por tener egos gigantescos, por ser gatekeepers; que no deberíamos quejarnos, que no deberíamos defender nuestra propiedad intelectual, que todo se acabó para nosotros; que somos irracionales por no aceptar la obsolescencia de nuestras habilidades de la misma manera en que los ingenieros de software están aceptando la suya...
Para colmo, ver a conocidos y parientes compartiendo por todas partes sus imágenes en estilo Ghibli sin ninguna conciencia de la propiedad intelectual, de la huella ecológica, de las opiniones del propio creador cuya obra se está bastardizando, de la angustia existencial de los artistas... Ver el desfile de imágenes y pensar: “Vaya, qué lejanas; qué ilegibles le son al resto del mundo mis preocupaciones”.
El sábado pasado fue mi día más emocional. Fui al Museo Franz Mayer con el Husbando y, mientras mirábamos una hermosa exposición de las ilustraciones de moda de Antonio López, iba pensando: “El arte está vivo. Lo siento aquí. Esto no lo hace una IA”.
Me conmoví y no pude contenerme. Empecé a llorar. Me nació hablarle a Dios y decirle: “¿Por qué me diste esto? ¿Por qué me diste esta sensibilidad artística? ¿Qué quieres que haga con ella? ¿Para qué me hiciste como una entidad que le sobra al mundo?”
Y es que es eso: los artistas no aceptamos la obsolescencia con la misma gracia que los programadores porque nuestra identidad está enraizada en nuestra capacidad de ver, de sintetizar lo que vemos, de comunicar lo invisible. A menudo nos volcamos a esa manera de vivir porque sentimos demasiado, porque la vida nos atraviesa con intensidad y necesitamos un outlet.
Y sí, claro que somos egoicos. Queremos ser vistos. Que alguien nos vea es una tenue compensación a lo agónicos que pueden ser los procesos de la creación. Pero, más que otra cosa, queremos ser vistos porque lo que hacemos es un mensaje: es una forma desesperada de comunicar todo lo que no podemos comunicar de ninguna otra forma. Si se acaban las probabilidades de que alguien escuche nuestro mensaje porque el ruido de las IA lo satura todo, estamos condenados.
3.
Esta erosión sistemática que las nuevas tecnologías pretenden hacer del arte tiene un coste humano: numerosos artistas van a perder (o ya están perdiendo) la motivación para crear. Algunos perderán la motivación de vivir.
Es imposible que pensar en esas vidas no me duela. Y es imposible que no me movilice, en simultáneo, a la conclusión de que es nuestro deber defender nuestros intereses como clase.
Creo que deberíamos reflexionar en nuestros conceptos del arte y en por qué es valioso para nosotros. Creo que debemos ser vocales en legibilizar y compartir esos conceptos con el mundo. Creo que debemos ser éticamente consecuentes y analizar nuestras prácticas como creadores y espectadores del fenómeno artístico. En medio de tanto ruido generado por máquinas, tenemos que encontrar maneras de defender el territorio del significado.
No es mucho, pero por lo pronto yo he tomado algunas determinaciones:
Quiero leer más. Más literatura humana y menos mindless slop en el celular.
Quiero ir a más exposiciones artísticas: ver más arte visual fuera de la pantalla. Sorprenderme con grabados europeos y muebles del virreinato e ilustraciones de moda de los años ochenta; con la verdadera diversidad y materialidad de la creatividad humana.
Quiero compartir más sobre mis propios procesos: dejar una mayor constancia de que soy un ser humano que crea obras con su vida y cuya vida se transforma también a través del acto de la creación.
Quiero seguir compartiendo con mis lectores: ser (más) accesible; participar en charlas y convivencias; tener mi buzón abierto para nutrir esta parte en que la literatura no es unilateral: es una conversación entre seres humanos.
Quiero interactuar más con los artistas vivos a los que admiro; abrir yo también una puerta de conversación.
Quiero ser vocal con este tema que me interesa y me atraviesa, y en el cual va mi identidad y el significado que le adscribo a mi vida. Si logro que al menos una sola persona aprecie con mayor dimensión el arte humano o se cuestione o tenga un uso más crítico de la IA generativa, ya voy de ganancia.
¿Sirve de algo esto? ¿Son formas válidas de resistencia? No lo sé.
¿Es posible siquiera resistir cuando el deseo explícito de los creadores de estas tecnologías es alcanzar el transhumanismo y la singularidad; volver todos los actos humanos obsoletos y fusionarnos con las máquinas en una forma aumentada o incluso total de la consciencia? Menos aún lo sé.
A lo mejor la singularidad transhumanista sí se alcanza y no es indeseable. Quizás un día nos fusionamos humanos y máquinas en una consciencia total y la idea misma del arte individual perece porque crearemos de manera colectiva. O porque no existen necesidades de expresión cuando se vive en comunión plena con el resto de las consciencias.
Como escritora de ciencia ficción, estoy obligada a pensar en muchos escenarios, y a admitir que igual y no todos son catastróficos.
Pero, mientras no exista una propuesta transhumanista deseable, tangible; que de verdad incremente la libertad, la equidad y la autenticidad de las consciencias humanas en lugar de someternos solamente a nuevos overlords tecnológicos, yo me aferro a lo humano.
Y por eso voy a invitar a otros a lo mismo: a que se aferren a lo humano: a la vida, al proceso, a la imperfección, a la construcción y preservación del significado; al arte.
Creo que ese es el gran temor que varios tenemos. Volvernos innecesarios de forma definitiva. Yo sé que para mucha gente el arte ya es vano, mera estética, que le da igual hacerse su imagen Ghibli porque no le pagarían a un ilustrador de todas maneras. Sin embargo, hay algo en la capacidad de las IA que me hace sentir que ni las personas que aprecian el arte necesitarán artistas. Espero estar equivocado.
El asunto está en que, si bien se viene anunciando desde hace ya mucho, la IA terminará de eclipsar la pregunta sobre qué es lo humano y qué no y hasta que pundo la máquina puede realmente replicar eso. Eventualmente tal será su alcance que con lo nuevo regresaremos entonces a lo viejo, a esas antiguas preguntas sobre el "alma" en relación al artista y a nuestras relaciones, así como a lo espiritual y, sí, a Dios.
No solo el mercado se dividirá entre lo que ha sido producido por una IA y por una mano humana sin su asistencia, sino también nuestra misma cosmovisión.